La Habana, 9 Dic. — Para Lisset Felipe, la escasez es parte normal de la vida, una lucha que casi todos comparten aquí, ya sea por los apagones o por la búsqueda de papel higiénico.
Sin embargo, este año ha sido diferente porque no ha comprado una sola cebolla ni un pimiento verde, ambos productos básicos de la dieta cubana. El ajo es escaso pero el aguacate, un lujo que disfrutaba de vez en cuando, está prácticamente ausente de su mesa, explicó.
“Es un desastre”, dijo Lisset, de 42 años, quien vende equipos de aire acondicionado al gobierno. “Jamás vivimos con lujos, pero la comodidad que alguna vez tuvimos ya no existe”.
En años recientes los cambios sucedidos en Cuba proyectan una nueva era de posibilidades: una economía que se abre lentamente, una mejor relación con Estados Unidos después de décadas de aislamiento y un mar de turistas que podría mejorar la suerte de muchos cubanos.
Sin embargo, la llegada de casi 3,5 millones de visitantes el año pasado, un récord para la isla, aumentó la demanda de alimentos y eso causó un efecto dominó que está perturbando las promesas de la Cuba de Fidel Castro.
Los turistas se están comiendo, literalmente, las raciones de los cubanos. A causa del bloqueo de Estados Unidos, pero también debido a la mala planeación del gobierno, los productos se están yendo a las manos de turistas adinerados y los cientos de restaurantes privados que los atienden, lo cual ha provocado el alza de los precios y estantes vacíos.
“La industria del turismo privado está en competencia directa por el suministro de alimentos con la población general”, dijo Richard Feinbeg, profesor de la Universidad de California en San Diego, y especialista en economía cubana. “Hay muchas consecuencias y alteraciones que no se esperaban”.
Desde hace mucho tiempo existe una separación entre los cubanos y los turistas, pues los complejos hoteleros de las playas y los hoteles de La Habana se han reservado a los extranjeros dispuestos a pagar más. Pero como el gobierno se está enfocando en el turismo, lo que genera un aumento de nuevos viajeros que nutren la anémica economía de la isla, ha surgido la desigualdad más básica en medio del experimento capitalista cubano.
Elevar los precios de productos como cebollas y pimientos, o de frutas como piñas y limones, ha provocado que muchos no puedan comprarlos. La cerveza y el refresco pueden ser difíciles de encontrar, pues los restaurantes los compran al por mayor.
Es un cambio sorprendente en Cuba, donde un futuro compartido ha sido el pilar de la promesa revolucionaria. Mientras la entrada del dinero nuevo traído por los visitantes ha sido una oportunidad para el creciente sector privado de la isla, la mayoría de los cubanos todavía trabajan dentro de la economía dirigida por el Estado y luchan para que el dinero alcance.
El presidente Raúl Castro ha reconocido el aumento en los precios de los productos agrícolas y actuó para ponerles un límite. En un discurso que dio en abril, dijo que el gobierno revisaría las causas del aumento en los costos y castigaría a los intermediarios que cometieran manipulación de precios, con límites para los precios de ciertas frutas y verduras.
“No podemos quedarnos con los brazos cruzados ante la irritación de los ciudadanos por el manejo inescrupuloso de los precios por parte de intermediarios que solo piensan en ganar cada vez más”, dijo el presidente a los miembros del Partido Comunista de Cuba, según los reportes de los medios locales.
Pero los límites que el gobierno le impuso a los precios parecen ser insuficientes para brindar productos asequibles y de calidad a los cubanos. En vez de eso, simplemente han trasladado productos al mercado comercial, donde campesinos y vendedores pueden aumentar los precios, o al mercado negro.
La semana pasada, en dos mercados controlados por el Estado en La Habana, los estantes eran monumentos al almidón: papas, yuca, arroz, frijoles y plátanos, además de algunas pálidas sandías deformes. En cuanto a los tomates, pimientos verdes, cebollas, pepinos, ajos o lechugas —sin hablar de aguacates, piñas o cilantro— solo había promesas.
“Vengan el sábado para ver si hay tomates”, propuso un vendedor. Era más una pregunta que una sugerencia.
Pero en un mercado de cooperativa, donde los vendedores tienen más libertad de establecer sus precios, las frutas y verduras estaban apiladas de manera elegante y con abundancia. Rarezas como uvas, apio, jengibre y una variedad de especias competían por la atención de los compradores.
El mercado es un favorito de los restaurantes privados que han surgido para atender a los visitantes. Emplean grupos de compradores que todos los días recorren la ciudad para adquirir frutas, vegetales y bienes no perecederos, con presupuestos que sobrepasan los del hogar promedio.
“Casi todos nuestros compradores son paladares”, dijo un vendedor llamado Rubén Martínez. Ya son cerca de 1700 “paladares”, o restaurantes privados, en todo el país. “Son los que pueden pagar más para obtener calidad”.
Los precios eran astronómicos. Varios residentes dijeron que simplemente comprando medio kilo de cebollas y un kilo de tomates con los precios de ese día gastarían el diez por ciento, más o menos, del salario gubernamental estándar de cerca de 25 dólares al mes.
“Ni siquiera me molesto en ir a esos lugares”, dijo Yainelys Rodríguez, de 39 años, sentada en un parque en La Habana mientras su hija jugaba. “Comemos arroz y frijoles y un huevo cocido la mayoría de los días, quizá un poco de puerco”.
La familia de Rodríguez está en el extremo más bajo de la pirámide de ingresos, así que complementa sus ganancias con los esporádicos trabajos de limpieza que puede encontrar. Con eso se encarga de sus dos hijos y de su madre, que está enferma.
Dijo que tratar de comprar tomates “es un insulto”.
Leticia Álvarez Cañada contó cómo era preparar comidas decentes para su familia con los precios tan altos.
“Tenemos que hacer magia”, dijo, aunque explicó que ahora era un poco más fácil porque trabaja en el sector privado. Renunció a su trabajo de enfermera para comenzar un pequeño negocio vendiendo chicharrón y otros bocadillos en un carrito. Así logró multiplicar casi por diez sus ganancias mensuales.
“Los precios se han alocado en las últimas semanas”, dijo Álvarez, de 41 años. “Simplemente no hay equilibrio entre los precios y los salarios”.
Aunque desde hace muchos años los cubanos se han enfrentado a la realidad de vivir con escasez, sobre todo durante el “periodo especial” después del colapso de la Unión Soviética, los expertos advierten del reciente surgimiento de una nueva dinámica que amenaza el futuro del país.
“El gobierno ha fracasado constantemente a la hora de invertir en el sector agrícola”, dijo Juan Alejandro Triana, un economista de la Universidad de La Habana. “Ya no somos 11 millones de habitantes. Debemos alimentar a más de 14 millones”.
“En los próximos cinco años, si no hacemos algo al respecto, los alimentos se convertirán en el primer problema de seguridad nacional”, agregó.
El gobierno le da a los cubanos cartillas de racionamiento con productos como arroz, frijoles y azúcar, pero no cubren artículos como alimentos frescos. Los tractores y camiones son limitados y habitualmente se descomponen, lo que provoca que el producto se dañe en el camino. La ineficiencia, la burocracia y la corrupción también obstaculizan la productividad, mientras que la falta de fertilizantes reduce la producción (aunque hace que los productos sigan siendo orgánicos).
Los economistas sostienen que fijar los precios puede desalentar a campesinos y vendedores. Argumentan que si los precios tienen un límite tan bajo que no puedan obtener ganancias, ¿para qué molestarse en trabajar? La mayoría tendrá que redirigir sus productos al mercado privado o negro.
“Desde el punto de vista del campesino, ¿qué harías?”, preguntó Feinberg, el académico de California. “Cuando las diferencias son tan grandes, se debe ser una persona verdaderamente desinteresada o tonta para apegarse a las reglas”.
En las afueras de La Habana, Miguel Salcines ha construido una hermosa finca. Filas de cultivos ordenados se extienden hacia los límites de su modesto terreno de diez hectáreas, donde emplea a cerca de 130 personas.
Aunque cultiva productos estándar por cuenta del gobierno, no hay nada que lo emocione más que su nuevo calabacín. Ha sido campesino durante casi 50 años y jamás había sembrado ese cultivo antes, pero plantó un lote hace dos meses.
Ahora, los vegetales están tomando forma y se ve el brillo de las flores color naranja entre el follaje verde. Sabe que su cosecha no está destinada al mercado normal ni al gobierno. Es como la rúcula que cultiva. Es para el mercado turístico y, por lo tanto, para el futuro.
“Estamos hablando de un mercado de élite”, dijo. “Los mercados cubanos son mercados de necesidad”.
/ NYTimes