Panamá, 30 mayo — El exdictador panameño Manuel Noriega, uno de los últimos símbolos de la Guerra Fría en Centroamérica, murió el lunes a los 83 años después de pasar los últimos meses de su vida en coma por una cirugía cerebral de la que nunca se recuperó.
Noriega copó los titulares internacionales el 20 de diciembre de 1989, cuando su brutal régimen (1983-1989), que espió para la CIA, trabajó con los narcotraficantes y torturó a sus enemigos, fue derrocado por una invasión estadounidense que cambió la historia del istmo de Panamá.
La «muerte de Manuel A. Noriega cierra un capítulo de nuestra historia; sus hijas y sus familiares merecen un sepelio en paz», dijo el presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, cerca de la medianoche del lunes en su cuenta de Twitter.
Un funcionario del Gobierno panameño, que pidió anonimato por no estar autorizado para declarar, dijo que Noriega murió cerca de las 23.00 hora local en el hospital San Tomás, donde se había operado de un tumor cerebral benigno el 7 de marzo.
Se desconocen los detalles sobre el sepelio o incluso si los restos de Noriega están aún en el nosocomio, donde permanecía desde una segunda intervención de emergencia por una hemorragia cerebral que lo dejó en estado comatoso hasta su muerte.
Ninguna de las tres hijas del ex dictador -entre las que se encuentra Sandra Noriega, del Partido Revolucionario Democrático- se pronunciará sobre su deceso, según allegados.
«Pedimos respeto a la intimidad de sus familiares en estos momentos de dolor», dijo Ezra Ángel, abogado de Noriega, a Reuters en un mensaje de texto.
Afuera del hospital no había ni detractores ni seguidores de Noriega, lo que muestra la indiferencia en la que había caído la oscura figura del exgeneral, que llegó a ser el preso más viejo de Panamá.
«Fue un dictador, es cierto. Un dictador militar que cometió errores, no se pueden negar. Pero pagó 27 años de su vida en la cárcel como cualquier panameño culpable. Ahora le toca pagar en el terreno espiritual», dijo Gustavo Garrido, un contratista de 43 años, en la Ciudad de Panamá.
«NARCO CLEPTOCRACIA»
Después de haber pasado los últimos 26 años en cárceles de Estados Unidos, Francia y Panamá por el asesinato de enemigos políticos, lavado de dinero y narcotráfico, la justicia le concedió en enero la prisión domiciliaria a Noriega en casa de una de sus hijas para someterse a la operación.
Los largos años de reclusión, dos ataques cerebrovasculares y un cáncer de próstata lo dejaron en silla de ruedas y con aspecto frágil, una versión reducida del osado general que blandía un enérgico machete en sus mítines.
El apoyo a la oscura figura de Noriega demostró hasta qué punto Washington estaba dispuesto a respaldar cualquier gobierno que le ayudara a frenar la expansión del comunismo en Centroamérica, donde Panamá se había convertido en un colchón ante la insurgencia de guerrillas marxistas en El Salvador, Nicaragua y Guatemala.
La corrupción bajo su mandato llegó a tal punto que un subcomité del Senado estadounidense aseguró que Noriega creó «la primera narco cleptocracia del hemisferio» y se refirió a él como «el mejor ejemplo reciente» de cómo un líder extranjero puede manipular a Estados Unidos en contra sus intereses.
El carácter desafiante del exdictador que resumió en su lema «plata para los amigos, plomo para los enemigos y palo para los indecisos» decayó en el ocaso de su vida y en el 2015 llegó a pedir perdón a Panamá por los desmanes de los gobiernos militares como el suyo, por el que fue sentenciado a unos 60 años por homicidio y desapariciones forzadas.
«Ahora Noriega enfrenta la justicia divina. Se lleva sus secretos a la tumba; pero muchos conocen la verdad de sus atrocidades y deben hablar», dijo en su cuenta de Twitter Alicia Spadafora, hermana del doctor Hugo Spadafora quien fuera asesinado por sus críticas a la dictadura. / Reuters