Nuevo presidente de Colombia enfrenta larga lista de retos

 

Bogotá, 7 ago. — Iván Duque, el joven protegido del poderoso exdirigente Álvaro Uribe, asumirá la presidencia de Colombia el martes. Por delante tendrá la tarea de guiar la implementación del acuerdo de paz con los rebeldes izquierdistas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que sigue en terreno inestable.

Tras su toma de posesión en la Plaza Bolívar de la capital, Bogotá, a sus 42 años, Duque se convertirá en el jefe de Estado electo más joven en la historia del país.

Padre de tres hijos, Duque se describe como un centrista que unirá a la nación en un momento en que muchos siguen profundamente divididos por el acuerdo de paz que puso fin a más de cinco décadas de sangriento conflicto con las FARC.

Sus detractores temen que no sea más que un títere en manos de Urbe, el expresidente conservador que defendió el “No” en el referéndum que rechazó la primera versión del pacto con los rebeldes en 2016. Uribe sigue contando con el respaldo de millones de colombianos, aunque probablemente sea igual de detestado por legiones que denuncian abusos contra los derechos humanos cometidos en sus años en el poder.

Duque tomará el relevo de Juan Manuel Santos en un momento crítico: la producción de coca alcanza niveles record, grupos armados ilegales luchan por territorios en los que el estado tiene escasa o nula presencia y una oleada de asesinatos de activistas sociales mostró que la paz sigue siendo un término relativo.

“Si Duque no puede solucionar este problema y encontrar una forma de llevar al estado a las zonas rurales, vamos a seguir teniendo los mismos problemas que hemos tenido durante décadas”, dijo Jorge Gallego, profesor en la Universidad del Rosario de Colombia.

Duque es hijo de un exgobernador y ministro de Energía y sus amigos dicen que tiene aspiraciones presidenciales desde su más tierna infancia. Pero su paso de tecnócrata desconocido a popular senador, y ahora a presidente, ha sido extraordinariamente rápido, impulsado en parte por el apoyo de su mentor, Uribe.

Hace apenas cuatro años, Duque vivía en un suburbio de Washington y tenía un cómodo empleo en un banco de desarrollo internacional. Fue allí donde forjó una estrecha relación con Uribe, asistiendo al exmandatario cuando impartió un curso en la Georgetown University. Más tarde, Duque ayudó a Uribe a dirigir una investigación de Naciones Unidas sobre un letal ataque de Israel a una flotilla con ayuda para Gaza, y a escribir sus memorias.

En 2014, Uribe introdujo a Duque en la escena política cuando lo animó a regresar a Colombia para presentarse a un escaño en el Senado y lo colocó en una lista de nuevos candidatos para la que pidió el voto a su multitud de partidarios.

Dentro del conservador partido Centro Democrático de Uribe, la reputación de Duque como una voz más moderada podría enfrentarlo a veces con la sólida facción de derechas. Se considera que el respaldo del exlíder es crucial para que Duque pueda gobernar con el pleno apoyo de la formación, pero tendrá que formar una alianza más amplia para aprobar leyes en el Congreso.

La dependencia que tendría Duque de Uribe generó preocupación entre los críticos, pero los analistas creen que los crecientes problemas legales del mentor podrían dar más libertad al nuevo presidente.

Uribe renunció a brevemente a su escaño en el Senado en julio luego de que la Corte Suprema lo citó a declarar por las denuncias de supuesto soborno y manipulación de testigos en un caso relacionado con sus presuntos vínculos con paramilitares, algo que él niega de forma tajante. Más tarde revocó su decisión y retiró su carta de dimisión.

En las semanas posteriores a su contundente victoria sobre el exguerrillero izquierdista Gustavo Petro, el presidente electo mostró tanto su lealtad a Uribe como su decisión de labrar su propio camino. Aunque muchos de los elegidos para su gobierno tienen vínculos con el exmandatario, varios de los nuevos ministros no tienen relación con los partidos políticos tradicionales.

“Hasta el momento creo que ha mostrado más independencia de la que algunos sectores creían”, añadió Gallego. “Tratar a Duque como un títere de Uribe es una forma muy simplista de analizar las cosas”.

Entre las prioridades de la agenda de Duque estarán probablemente la economía y el acuerdo de paz, además de la reducción de la producción de coca, que el año pasado alcanzó niveles nunca vistos en dos décadas de operaciones antidroga conjuntas con Estados Unidos. Esto puso a prueba la relación tradicionalmente estrecha entre Bogotá y Washington.

Durante la campaña electoral, Duque prometió cambios en el pacto con las FARC, incluyendo la imposición de penas más duras para los exlíderes de la ahora difunda guerrilla responsables de crímenes de lesa humanidad. Según el texto, la mayoría de los rebeldes que confiesen sus crímenes no entrarán en prisión, una concesión dolorosa para muchos colombianos que todavía recuerdan de forma vívida las atrocidades de la guerra.

El conflicto entre los rebeldes izquierdistas, el estado y los paramilitares dejó al menos 260.000 muertos, unos 60.000 desaparecidos y millones de desplazados.

Pese a que algunos temen que la retórica antiacuerdo de Duque y los cambios propuestos puedan desestabilizar aún más lo que hasta el momento ha sido una aplicación lenta y accidentada, otros esperan que, en el largo plazo, el pacto obtenga un respaldo más amplio entre la dividida sociedad colombiana al estar liderado por alguien con un enfoque crítico.

Cynthia Arnson, directora del programa de Latinoamérica del Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson, señaló que la retórica de Duque sobre el acuerdo se suavizó un poco desde su elección.

“Había una sensación de que como Uribe había hecho una campaña tan agresiva contra el acuerdo de paz, Duque iba a llegar al cargo y romperlo”, apuntó. “No creo que eso sea probable”. / AP

 

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