Ernesto Che Guevara de La Serna hubiera tenido este domingo que miles de diversas partes han ido en romería a rendir tributo a su memoria e ideales en La Higuera, donde fue ejecutado sin siquiera juicio sumario hace medio siglo, 89 años cumplidos, un tercio de los que, como sea, se ha pasado en Bolivia, donde ciñó ese raro status de que «muerto como vives, vives entre los muertos».
Guevara murió en Bolivia 2 meses y 3 semanas después de cumplir 39 años.
Dicen en México donde en 1955 conoció a los hermanos Fidel y Raúl Castro, para luego meterse en el Gramma y dar pelea durante meses y años hasta sacar de su poltrona de dictador pro estadounidense a Fulgencio Batista, que infancia es destino y de niño, muy chico, 4 años, el Che fue fotografiado montado en burro, con chulo y poncho bolivianos, según el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II.
Puede entenderse esa su aventura como un «deyavu boliviano», «un recorrido de la vidas pasadas», dice la terapeuta Jeannette Villarroel.
Asmático grado último desde mayo de 1931, cuando se enfrió tanto después de bañarse en un río de Misiones, junto a su madre Celia, el Che tenía una conexión onírica o de varias vidas con la Bolivia indígena que conoció en 1953, cuando regía la revolución popular de los desheredados bolivianos.
Aventurero hasta la intoxicación, Guevara, para abril de ese año ya médico, se metió tanto en La Paz que hasta llegó a orillar los círculos de poder.
En La Paz donde se empleó de garzón y hasta trepó hasta Bolsa Negra, esa mina hoy abandonada en las faldas del Nevado Illimani, sobre 5.000 metros sobre el nivel del mar, detrás de cuyo esplendor se tomó fotografías, alcanzó a ver a los jerarcas de aquella revolución nacionalista, sus devaneos con la vida de la noche y el trato que la sociedad boliviana dispensó a los indios.
«Estábamos tomando un café en la confitería La Paz, cuando comprobamos de cerca la degradación a la que se veían sometidos los indios bolivianos. Una señora sentada en otra mesa disfrutaba una merienda con sus hijos mientras la collita cuidadora de los chicos estaba echada en el suelo y los chicos le tiraban las sobras de sus sándwiches para que las comiera como si fuera un perrito», describe, en el libro De Ernesto al Che, su amigo filial de la niñez de Alta Gracia (Córdoba), el poblado de clima seco donde se mandó la familia para intentar superar el asma de Ernesto, Carlos «Calica» Ferrer que le acompañó en su incursión boliviana.
Desde sitio de crítico de, a la sazón, incipiente proceso boliviano de mitad del siglo XX, el Che deploró que «el indio sigue (siga) siendo un bestia para la mentalidad del blanco, sobre todo si es europeo, por más hábitos que lleve», se lee en De Ernesto al Che.
Luego de unirse a los combatientes cubanos, patear el trasero de las políticas de Batista y de adherir el propósito de obtener la expansión ideológica del comunismo en Africa, después de ejercer en el Banco Central de Cuba y el Ministerio de Industria de la isla, el Che apareció en Bolivia en noviembre de 1966, cuando se internó en las tórridas selvas del sudeste boliviano.
No hubo más de salir sino, en osarios, en 1997.
Entre marzo y abril de 1967 su columna de guerrilleros cubanos, algunos de ellos como Vitalio Núñez Acuña, veterano de Sierra Maestra y compañero de armas de Fidel Castro, peruanos y bolivianos, desbarató fracciones enteras del Ejército de Bolivia que salieron a coparle.
En ese interín el líder del Partido Comunista de Bolivia. Mario Monje, fue a discutirle el liderazgo político y militar de la guerrilla, y terminó de vuelta a casa con las manos vacías.
El intelectual francés Regis Debray, que presionado por el laque de los agentes bolivianos reveló que el Che, a quien los servicios estadounidenses de inteligencia le habían perdido la vista desde los tableteos de ametralladora del Congo belga, se había metido en las selvas del Chaco boliviano desde donde luchaba por expandir la revolución internacionalista a América, fue el que lo catalogó como «el más sobrio practicante del socialismo».
Hostigado por el asma más que por las balas, vio derrumbarse su sueño entre julio y septiembre de ese año.
Las drogas contra el asma, falta de oxígeno que desata el terror de la asfixia, le escasearon en la localidad de Samaipata adonde llegaron los combatientes del Che fraccionados en vanguardia y retaguardia.
A fines de agosto, en el tristemente célebre Vado del Yeso el Ejército boliviano desbarató su retaguardia, mató a Núñez Acuña, la alemana Tamara Bunker y la retaguardia de la guerrilla.
En septiembre, en los últimos combates, el Ejército boliviano se echó al pico en Pucara a Coco Peredo, lugarteniente del Che y a esas alturas de la situación, principal apoyo del comandante rebelde.
En Yuro o Churo, cerca de La Higuera hasta donde el presidente progresista de Bolivia, el indígena Evo Morales llegó este domingo después de peregrinar hasta el santuario en que se ha convertido la escuelita donde el obscuro soldado boliviano Mario Terán le asesinó en la transición del 8 al 9 de octubre de 1967, los uniformados le coparon, hirieron y tomaron preso.
Junto al él cayeron 8 guerrilleros, los internacionalistas cubanos René Martínez Tamayo (Arturo), Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho) y Orlando Pantoja Tamayo (Antonio), los guerrilleros bolivianos Simeón Cuba (Willy) y Aniceto Reynaga (Aniceto), y el combatiente peruano Juan Pablo Chang (El Chino).
Las osamentas de Che y sus compañeros fueron furtivamente enterradas en un lugar de la pista de aterrizaje de Vallegrande, lo más probable el 10 de octubre de 1967, un día después de asesinado en la escuelita de La Higuera.
En julio de 1997, antropólogos argentinos y cubanos fueron a exhumar los restos del legendario comandante rebelde de esa zanja, luego que el entonces mayor de Ejército boliviano, Mario Vargas Salinas, el primero que luego de malherido y devastado por el asma lo copó en el Yuro, desvelara el lugar exacto de la inhumación en declaraciones, por separado, a los periodistas, el boliviano Ted Córdova Claure y el estadounidense John Lee Anderson.
La revelación mandó a segundo plano el tema que tomaba los titulares de portada de los diarios bolivianos, de ese tiempo, el contrabando de 4 toneladas de cocaína que, disfrazado de exportación de muebles finos, salió de La Paz, vía aérea, y fue interceptado en Lima durante el gobierno del ultraliberal Gonzalo Sánchez de Lozada.
El mismo general Ramiro Valdés que ha llegado estos días a Vallegrande para, junto a Morales y miles por decenas rendir tributo a la memoria del Che, llegó, a bordo de un Iliushin ruso a la ciudad de Santa Cruz y a fines de aquel julio para llevar las osamentas de los guerrilleros a Santa Clara, Cuba, lugar de gratas reminiscencias para el Che.
Guevara murió el 9 de octubre de 1967, día en que nació su mito, que se enseñorea, con mayor contundencia que nunca en las últimas décadas, estos días de octubre de 2017.
Coco Cuba / ABI